Y el lobo se mantenía lejano, al borde del sueño del vigilante ojo del mastín, anhelando el rebaño, depositando la fe en su astucia y determinación, nacida no de la verdad, sino del desprecio a la actitud del perro pastor, que para él define sin duda su inteligencia.
Fue acercándose poco a poco al vigía ante su aparente laxitud, día tras día crepuscular, sin saber que le prevenía de que era él su prevista víctima. Aún se acercó al cabo del tiempo más allá del alcance del oído de aquella mole perezosa y sometida, sabiendo que en su nobleza tendría la oportunidad de hablar con sus ancestros y horadar aquella estúpida paz en su beneficio. El día que más se aproximó el mastín esperó el sonido de sus pasos para advertir con un leve levantar de oreja, señal y punto de partida para el lobo de un urdido y sin forma discurso cargado de intención. El lobo elevó el hocico al viento entrecerrando los ojos, permaneció un largo tiempo comiéndose el aire, abriendo y cerrando los orificios de su nariz, húmedos y humeantes, con creciente ansiedad, placer, certeza y satisfacción, el pecho respirando al límite de la emoción sosegada del reconocimiento. Ahíto en apariencia, determinado en la justicia de su deseo bajó de nuevo la cabeza, abrió los ojos heridos por la claridad y buscó con tranquilidad las palabras ya encontradas.
-Dulce atalaya la que regentas noble Mastín
-(...)
-La brisa trae consigo el verdor del prado
-(...)
-El olor de la tierra vuelta por los pies que mezclan el satisfecho abono
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El halago levantó imperceptiblemente la cabeza inmensa del mastín que llenó su memoria y sus pulmones de aquellos olores. Antes de que volviera a la laxitud atenta el lobo añadió:
-Mi olfato alcanza a percibir también la humedad del bosque, su putrefacción, su oscuridad fresca.
El reto alertó la vigilancia quieta del perro y buscó el bosque en el aire. El lobo esperó la imagen en el aquietado cerebro de la mole y añadió.
-Huelo su fertilidad obscura.
(...)
-El perfume insufrible e incitante de las lobas.
El mastín sintió una profunda punzada de anhelo, sin poder eliminar de su hocico aquel aroma terrible, lo descubrió peligroso en un escurridizo deseo de seguir sintiéndolo.
(...)
El lobo vio la lucha sembrada, esperó no demasiado y suspiró con digna tristeza.
-Como el propio bosque, solo la sangre fresca en mi boca, transforma su fiereza en beso y su incitación en breve entrega que se tornará en loca exigencia de más muerte.
El mastín atisbó como mirada al lobo. El lobo disfrazó la certeza de la comprensión en temor hacia su gesto y se retiró. Un largo tiempo.